Mitos y Falsas Creencias en Reumatología
Hay ideas que están tan fuertemente arraigadas en el pensamiento popular que son tomadas como ciertas, pero no siempre lo son…
Una infiltración consiste en introducir uno o varios medicamentos en un punto concreto del cuerpo mediante el uso de una jeringa y aguja.
Cuando se opta por realizar un tratamiento mediante infiltración local existe una razón principal: si el problema se localiza en una zona concreta y ésta es accesible, ¿qué mejor que poner la medicación justo en ese sitio y solamente ahí?
El medicamento va directo al lugar donde se requiere su acción, a diferencia de los medicamentos tradicionales que se administran de forma sistémica (via oral, por ejemplo) y que se distribuyen por todo el cuerpo. Esto va a suponer, en la mayoría de los casos, una efecto más rápido y duradero. Además, se van a poder minimizar los efectos indeseados del fármaco, lo que puede ser especialmente importante en algunos pacientes (enfermos renales o con problemas gástricos). Esto no significa que las infiltraciones no puedan tener efectos secundarios, pero estos son en general más previsibles y evitables que con los tratamientos sistémicos.
¿Por qué entonces se comenta con frecuencia que son “malas”? Como cualquier tratamiento, si se emplean de forma inadecuada tendrán resultados indeseables. En primer lugar, será necesario que el médico que la realiza tenga la formación y experiencia necesaria. En caso contrario, podría no ser útil o resultar innecesariamente dolorosa. En segundo lugar, si se abusa indebidamente de las mismas pueden producirse efectos locales dañinos, como roturas tendinosas. Posiblemente fue esto último lo que, en otro tiempo, peor fama dio a las infiltraciones como consecuencia de un uso poco correcto de las mismas en algunos deportes (algunos futbolistas jugaban “infiltrados” semana tras semana, hasta que al final “se rompían”). Esto nada tiene que ver con el uso que se le da hoy en día en las consultas médicas.
Cuando su Médico de Atención Primaria le envía al Reumatólogo es porque considera que usted puede beneficiarse del estudio y tratamiento por parte de este especialista. Esto no es necesariamente sinónimo de padecer “reuma”, entendiendo éste como una dolencia crónica y discapacitante.
En primer lugar, con mucha frecuencia su médico le enviará porque tiene dudas sobre su diagnóstico y es que la mayoría de las enfermedades reumáticas se manifiestan de una forma muy similar (dolor articular). Por ello, podría enviarle para solicitar una opinión que confirme o descarte algún problema que sospecha pero para el que no tiene experiencia (son poco frecuentes) o los medios adecuados para su estudio.
En segundo lugar, usted podría padecer algún tipo de trastorno del aparato locomotor de carácter benigno y perfectamente tratable, como una tendinitis o algún tipo de artrosis, entre otras. Estos procesos son muy frecuentes y la causa mas común de dolor en el aparato locomotor.
Por todo esto, cuando lo remitan a un reumatólogo usted no debe angustiarse. No tiene porqué presentar una enfermedad importante como una Artritis Reumatoide, una Espondilitis Anquilosante, un Lupus Eritematoso Sistémico o una vasculitis.
La densitometría ósea es una técnica de rayos X que mide la cantidad de masa ósea de la columna lumbar y de la cadera. Esta masa ósea es uno de factores que aporta resistencia al hueso y, por lo tanto, tener una masa ósea muy baja en la densitometría es sinónimo de tener un hueso menos resistente, más frágil y que puede fracturarse (romperse) con más facilidad.
Esta situación en la que el hueso presenta un riesgo importante de fractura por su escasa masa ósea se conoce como osteoporosis y es una enfermedad que requiere tratamiento.
El hueso se va formando desde la infancia y es más resistente alrededor de los 30 años. A partir de aquí se empieza a perder de forma natural y esta pérdida es más rápida después de la menopausia.
A pesar de que esta pérdida progresiva de hueso se da a TODAS las personas y especialmente en las mujeres, NO ES IGUAL en todos los casos, pues no depende sólo del paso del tiempo o de la edad. Existen situaciones que hacen que esa pérdida sea más importante o más rápida y que por lo tanto determinan la aparición de osteoporosis (factores genéticos o familiares, toma de determinados medicamentos, padecer ciertas enfermedades crónicas, entre otras).
De ello se puede deducir que no todas las mujeres desarrollarán osteoporosis y por lo tanto la realización de una densitometría ósea debe limitarse a aquellas que tienen factores de riesgo para padecerla. Todo ello es lo que el médico valora a la hora de decidir si la prueba debe realizarse o no.
Otro aspecto muy importante es que la osteoporosis se comporta como una enfermedad “silenciosa”, puesto que no genera síntoma alguno. La osteoporosis en sí no duele, sólo aparece dolor si se produce la fractura del hueso (también llamada fractura por fragilidad, algo detectable con una simple radiografía). Por lo tanto, presentar dolores (articulares o en la espalda), no es un criterio para realizar una densitometría ósea.
En conclusión, no todas las mujeres deben realizarse una densitometría ósea. El médico valorará la edad y una serie de factores de riesgo para establecer si puede estar indicada en cada caso y el dolor en sí mismo nunca es criterio para su realización.
Tras la realización de diferentes estudios, no existen actualmente evidencias científicas que demuestren una influencia negativa de las condiciones meteorológicas ambientales (temperatura, humedad, presión atmosférica) en la evolución de los síntomas o la severidad de las enfermedades reumáticas.
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